lunes, 12 de abril de 2010

El dulce nado

Y pensar que la miraba por mi ventana, su cabello rubio, sus ojos de agua y su boca dulce a la vista, nunca me había sentido así, era mi primer amor, era mi primer sentimiento, yo era muy joven y nunca había tenido la posibilidad de sentir esto. Cuando llegó me sentí raro, no sabía que era, no sabía quien yo era, ni que sentía, no sabía siquiera si sentía, no reconocía mis sentidos, no reconocía mis pensamientos, todo me cambió, y no lo entendía.

Nunca te acercaste a mí, ni yo a ti, nunca pudiste, más bien, nunca pude, pero te amaba, más que a nada, y me propuse hacértelo saber, sí, lo sabrías, y estaríamos juntos, y seríamos felices, y nos amaríamos, y… nos amaríamos, porque esta sensación que nunca reconocí era buena, excelente y me gustaba, tenía que quedarse, y para acrecentarla debía estar contigo.

Tuve que vencer mis miedos, seguir adelante, y, realmente, comenzar, hacerlo por primera vez en mi vida, esperaba que todo sucediera bien, y al parecer así fue, aún recuerdo ese diálogo:

- Eres la primera mujer que beso – le dije.

- También seré la última – respondió y volví al dulce nado en la mermelada de sus labios.

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