lunes, 17 de septiembre de 2012

Las gotas en la taza de café

    Esto es lo más importante en la rutina del día, se puede olvidar el trabajo, los estudios, incluso vestirse, pero la taza de café nunca se puede olvidar, y hay que tratar de tomar tantas tazas de café al día como se pueda. El elixir de la viveza y la lucidez más lograda de la época llegan con esta agua más o menos negra, por eso nunca dejo que me interrumpan en el ritual de preparar mi café, pues claro está, si el café importa, su preparación debe ser lo más respetado que debe existir. Tan importante es que la mayoría de las veces que me ofrecen un café, debo (y soy enfático en esto, debo) prepararlo yo mismo, siempre se consigue una excusa para ellos, "no te molestes, yo lo hago", "yo sirvo para todos", "me gusta hacerlo por el aroma", etc., siempre va a haber una excusa que pueda llevarme al apogeo del día. Recuerdo que el primer día de mi nuevo trabajo me sucedió algo que aún me altera, una situación preparada por el mismo demonio.
    No recuerdo que día era, ni cuanto marcaba el termómetro, ni cómo había llegado al trabajo, sólo recuerdo que estuve en una exposición de cinco largas horas, todas y cada una de ellas sin poder preparar mi café, y, de hecho, fue aquí donde me di cuenta de la real importancia del ritual previo porque café había, y por montones, las secretarias lo traían cada 15 minutos, pero yo aún seguía inquieto, no sabía el porqué en ese momento, se supone que estaba tomando lo que deseaba, debería estar satisfecho, pero no... tomaba y tomaba y no me pasaba nada, no hacía el efecto esperado, me desesperé tanto que no puse atención a la reunión, llegué a sudar pensando en cuánto quedaba para salir de esa sala e ir a hacer mi propio café... los números pasaban y pasaban, corrían, volaban, nada se quedaba, debía ser lo típico de marketing, números, ventas, compras, gente, música ambiental propicia, productos de menor costo, vender más, producir más, generar más, cobrar más, despedir, contratar, despedir, despedir, despedir, siempre se habla mucho de despedir gente, personal, aminorar costo, como si eso importara cuando falta el café.
    Apenas terminó la reunión corrí, fui donde estaba mi típico tazón, puse una cucharada de un café que había perdido su aroma, no estaba seguro si tendría siquiera sabor, pero no importaba, me llenaba hacerlo, me excitaba la idea de estar pronto con mi café, no, no era estar con el café, no era tomarlo, era prepararlo, y no era un ritual para un dios, era una catarsis para mí, los granos de café caían, la gente escribía en sus computadores, se movía con papeles, hablaba y callaba, y los granos caían y caían, y por cada grano era como si todos los espíritus se hicieran presentes para ver lo que seguía, para ver cómo mi mano se dirigía al endulzante, cómo se movía en el aire para atraparlo, cómo giraba la tapa, cómo ladeaba el envase, y en este exacto punto fue cuando todas las almas de la gente pérdida junto con los ángeles comenzaron a acercarse cada vez más, comenzaron a brillar en la oficina, se comenzaron a fusionar y empezaron a gritar, y cantar, y hablar y acompañar... pero luego, mediante ladeaba cada vez más el envase, se iban callando, el ambiente se llenaba de suspenso, el aire era tenso, cualquier cosa podría pasar, mi corazón saltaba, casi explotando, mi mente ya se había escapado, no sabía donde estaba, no importaba nada, no existía nada, nada más que esa primera gota cayendo de la punta del frasco de endulzante, cayendo y surcando el espacio, convirtiéndolo en vacío, deteniendo el tiempo, acallando a los espíritus, sólo para llegar a bañarse en el agua de la taza, momento en que todas las ánimas saltaron y giraron juntas en un remolino de placer y felicidad, escapando de todo, y llegando a todo, el mundo estaba sincronizado con su ser interior, los dioses rogaron por ver otra gota caer, y así fue, una gota tras otra en un himno al vacío, pero al todo en realidad, y caía la tercera, y la cuarta, y caían y caían, todo había dejado de existir, pero, paradójicamente, con cada gota todo existía más aun, hasta la gota 25, la última gota, con la cual volví a la oficina... me habría quedado ido mucho tiempo más si no fuera por el estúpido y su comentario "parece que nos gusta lo dulce, ¿no?, jeje"... imbécil, de ahí mi día siguió normal, hasta el café siguiente, con eso aprendí a poder servirme hasta 30 gotas sin que me interrumpan, la clave está en tomar un café cargado, no menos de 5 cucharadas, así se justifican las 30 gotas, y los 30 placeres infinitos... delicia... escape... ahora escapo, me despido, mi café me espera.