lunes, 11 de octubre de 2010

Historias de un Médico: Capítulo I

"Se demoraron media hora en llegar, o la suben rápido o yo mismo me encargaré de que no suban a nadie más".

Ese era un momento decisivo, no era para demorarse ni cinco segundos ¡Menos treinta minutos! Era para actuar rápido, no toleré demoras ni ineficacias, todo debía funcionar perfecto. Sin importarme los gritos de las túnicas blancas, comencé a actuar yo, revisé la presión, las heridas, si estaba consiente y los utensilios disponibles en la ambulancia, en ese momento me di cuenta de que los paramédicos no le prestaban atención al cuerpo, hablaban entre ellos y me dejaban hacer el trabajo, no pude hacer nada más que enfurecerme, pero me suprimí y seguí con mi deber.

Ese había sido un día estresante, yo sólo iba pasando por la calle cuando vi una multitud alrededor de algo que no se dejaba analizar bien, me acerqué, miré al suelo y vi a una mujer cercana a los 30 años, de cabellera oscura y piel morena, estaba con los ojos cerrados, volando en otro lugar. Unos metros más allá de donde estaba la fémina, había un camión rojo, grande, pero que, por lo que decía la gente del lugar, no venía tan rápido, lo que permitió que la mujer no muriera en el instante, esto me recordaba a un antiguo caso que había tenido, en los tiempos en que ejercía y no era un simple viejo despechado caminando por la calle.

Era un 17 de abril de 1995 cuando llego una mujer politraumatizada a urgencias y me pidieron a mí, que andaba por ahí sólo porque mi hijo estaba enfermo, que me ocupara de la paciente, porque Raúl, el doctor de turno, no había sido encontrado en el hospital. Yo ya suponía que andaba en sus aventuras con la enfermera jefa, una morena alta, de pelo largo y oscuro, nariz prominente y piel grasosa, a Raúl no le importaba la apariencia de las mujeres, sólo quería conseguir una cosa de ellas, incluso fue impresionante que sus escapadas con esa enfermera se prolongaran por tanto, pero bueno, por lo menos él no era casado ni tenía hijos, y siendo doctor conocía métodos ilegales para abortar, los cuales, más de una vez, usó. Raúl era mi mejor amigo y por eso nunca lo delate sobre sus romances, sus engaños, sus adicciones o sus problemas.

Lo conocí en la enseñanza media, en el Instituto Nacional, habíamos sido parte del escaso grupo que cambió sus preferencias al inglés por el francés, en los tiempos en que los cursos se reordenaban dos veces durante la estadía en ese colegio. Aunque me gustaba el inglés, mi sueño siempre fue vivir en París y poder visitar “La Tour Eiffel” las veces que quisiera, conocer a mi amor en Europa y hablar con cualquier persona que se me atravesara en la calle. Así lo hice, cuatro años después de titularme me fui a vivir a Francia, pero lo que sucedió no fue lo que quería, nada era como lo había soñado, las personas eran agrias, solitarias, egocéntricas e individualistas, no tarde más de seis meses en volver a Chile.

Fui tan rápido como pude al quirófano, ya se había atrasado mucho el trabajo y cuando llegué vi a la mujer con la cara roja y rota, el vientre ensangrentado y las piernas rotas… De seguro ya había perdido a su hijo. Todos estábamos serenos ante tales fracturas, quizás ese sentimiento de calma lo entregaba la experiencia, teníamos la capacidad de aislarnos de la situación, pensar en la persona sufriendo como un objeto, cual pan al que hay que abrir, poner la mortadela, untar la mantequilla y cerrarlo, un procedimiento rápido, eficiente, indoloro y que tiene buenos resultados… eso pensábamos, pero por dentro sentíamos un dolor inmenso, unas ganas de abrazar a esa señora y decirle que todo terminaría pronto, sin importar que eso no fuera así, sentíamos que había que darle esperanzas a esa persona, y así, si moría, por lo menos lo haría con el sentimiento de llegar a algo mejor.

Sentí tal conexión con esa afectada que casi sentía poder leer su mente… ¿En qué estaría pensando?

"Una mujer sale de una casa llorando, un hombre la sigue, se escuchan gritos, llantos, un bebé gritando, unas manos sosteniendo un estómago, un golpe de una mano recia y forzuda contra un rostro blanco y bien formado, la repetición de la escena anterior, por lo menos, diez veces, el hombre corriendo a la casa, la mujer levantándose, mirando con terror a su marido que había salido nuevamente de la construcción, ahora empuñando un cuchillo, el hombre corriendo como enajenado por algo q nadie conocía, la mujer girando lentamente y, a pesar de su estado, tratar de correr un poco hacia la calle, el hombre alcanzándola, tomándola por la espalda y clavando el metal ardiente en el vientre voluptuoso, y el cuerpo, que a toda velocidad, arrolló a los dos y los hizo volar por 10 metros".

La mujer murió… era lo más lógico y al mismo tiempo ilógico, alguien le quitó su vida, no sé ni nunca sabré si ese era el momento en el que tenía que morir, si alguna fuerza superior había elegido ese momento o fue solo capricho de su marido, no lo sé y he tratado hace mucho de averiguarlo y sólo he llegado a la conclusión de que sólo lo sabré en el momento de mi propia muerte, la que se avecina pronto.

Me despedí de mis compañeros de cirugía y fui a ver como estaba mi hijo, que fue por lo que realmente vine, cuando fui a la sala de espera, con ansias de preguntar a mi mujer, no la encontré, no encontré a mi mujer, encontré a una farsante, una impostora, una mala actriz, una mentirosa, mentirosa conmigo, con ella, con nuestros hijos y con todo el mundo… ¡Una puta! Una tal que se había metido con mi mejor amigo y estaba toqueteándose en la sala de espera. Sentí odio, terror… ¡horror! Y todo lo malo que se puede sentir, fue un golpe a mi vida y a mi honor, el cual, yo pensaba, no dominaba mi vida… hasta este momento, mas me decidí dejarlos seguir y retirarme del lugar.

En la ambulancia recordé todo esto y me sentí tan mal que cuando llegamos al hospital, dejé a la mujer en la entrada de urgencias y salí corriendo de ahí, corrí, corrí y no paré nunca, seguí hasta el infinito, con el único consuelo de que el Alzheimer no me dejará volver a pensar en esta situación, así como tampoco me dejará recordar todos los hechos que contaré de aquí en adelante, recuérdenlos bien porque sólo podré contarlos una vez y así me libraré de ellos hasta la muerte.

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