Un botón, su imagen se reflejaba en mis gafas, empañadas por mi agitada respiración dirigida hacia mis ojos por una bufanda exageradamente vestida por mi. El reloj no avanzaría hasta que el botón fuese presionado o mi interés en él hubiese decaído. Redondo y blanco, pareciese que no tuviese relieve sobre la superficie en la cual se ubicaba, pero sus letras recordaban alguna oración leída en mi infancia con respecto a bajar, subir, entrar, salir, soñar, vivir... no recuerdo muy bien. El frío que rodeaba este artefacto era solo percibido paradójicamente por mi vista, que hacía notar un poco de hielo incrustado en la superficie del interruptor.
Detrás de mí, el demonio me incitaba a presionarlo. Bueno cual abogado en el arte de argumentar y convencer, pasó rápidamente a enumerar las razones por las cuales yo debiese de presionar aquel botón. Muchos deseos de venganza serían cumplidos de una vez por todas y mi felicidad llegaría por fin a su punto cúlmine. Ellos lo merecían, era todo su culpa, provocaron la causa que determinó todas las consecuencias que estaban ocurriendo. Vestía un traje negro qu le llegaba como zotana hasta los pies, en los cuales no había más que 2 bolass de basura negras protegiéndolos de la gelida escarcha que rodeaba todo aquel ambiente. Sus ojos eran grandes y rosados y sus labios estaban pintados de color amarillo. Su tez no era roja, sino verde.
El bastón que el malulo portaba tenía poderes y no lo pude percibir hasta el momento en que recobré la razón. Ese día yo andaba con un buzo café y polera manga larga verde. Mis manos eran blancas como la nieve y se perdían en el botón (que a veces crecía al tamaño de elefante y otras se achicaba como una hormiga).
Sugirió por última vez que era un justo castigo, no lo medité y lo hice.
Derrepente el reloj de pulsera volvió a emitir su continuo tic tac, la atmoosfera de la pequeña salita de estar se volvió cada vez más densa y oscura, y el pequeño hombre verde de labios amarillos, en vez de esfumarse, dio vuelta sus instrumentos de diablo de tal modo que fueron casi imperceptibles al contrastarse con el café del piso acolchado de madera de mi casa. Tuve un mal presentimmiento acerca de este simple gesto, que a mi percepción mo hacía más que empeorar las cosas entre mi y el mundo exterior.
La chicharra se había activado.
Corrí lo más rápido que pude en dirección a la escalera más cercana, al no poder encontrarla, me tiré desde una altura de setecientos metros a través de la venana de aquella oscura torre, los rayos de luna invadían la nueva abertura por la cual ahora podía ntrar la luz y mi gran escape fue considerado como una afrenta ante el Dios del aberno.
Hasta el día de hoy sigo perseguido por los demonios, esos pequeños seres mandados por mi contraparte del contrato, documento legal malamente firmado por mí, mediante un engaño, con solo presionar el botón de aquella habitación, que me condenó a mí y a mis seres queridos (que por suerte no son muchos) a una vida de tristeza y melancolía, rodeada de odio, envidia y deslealtad.
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