jueves, 21 de octubre de 2010

Ella

Sus pómulos sonrojados por el caluroso Sol
brillaban en la eterna noche estrellada
brillaban cual polvo de hadas
que de Dios había recibido el Don.

Su nariz era más pequeña que grande,
levantada como un mástil en punta.
Como haciéndole a uno la pregunta
¿Puede haber algo tan bello que la Deidad mande?

Sus ojos eran lustrosas perlas de piratas
hermosas, bellas, pero jamás encontradas,
escondidas junto al resto del tesoro
que no era menos que su cuerpo en todo.

Sus largos cabellos caían en los verdes llanos,
dando los más furtivos y certeros golpes,
lo que producía el enojado y envidioso llanto
de todas las apocadas ninfas del bosque.

Mas cualquier regalo divino no importa
si en un recóndito lugar de su mente
están los dones celestiales que forjan
una auténtica mujer diferente.

A esa mujer diferente me daría
si desde su ser me lo pidiera
y aunque fuera en la lejana lejanía
me dispondría a comenzar una nueva era.

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