Ya estaba todo planificado, las cosas preparadas, mi bolso con los artilugios adentro, cubiertos de papel de aluminio para que ningún detector pudiera dar sospecha alguna, pero sobretodo me encontraba dispuesto a hacerlo.
Era Junio de 1998 cuando mi padre fue acusado de homicidio, cosa que él no habría cometido, el juez local Marcos J. Manson, no tuvo compasión al dictar la sentencia. Incluso contando con argumentos insuficientes mi padre fue a dar a la silla eléctrica en primera instancia. Sí, el mismo hombre que me enseño a leer cuando tenía cinco años murió electrificado, por el juicio desinteresado que dicto un incompetente, que parece no tener valor alguno.
Pero las horas que le quedan por vivir están contadas. Y desde ese ladrillo del muro, que fue la muerte de mi progenitor, me he dedicado día y noche a planear esta venganza, la que ejecutaré en unas horas más.
Asesinarlo a él, no sería suficiente, librar a alguien de este infierno terrenal en el que estamos sumergidos no sería suficiente para saciar mi sed. Por eso logré de alguna manera hacerme un gran amigo de su hija, y única descendiente, Selena Manson. Bueno, quizás más que amigos, pues desde hace dos años que finjo ser su novio y ella está convencida de que siento lo mismo que ella siente por mí. Pero los sentimientos ya no penetran este frío corazón.
Hoy acordamos reunirnos a las afueras de las oficinas de su padre, en el juzgado de la ciudad. Ya estaba listo para continuar el procedimiento, revisé los artefactos de mi bolso con mucho sigilo y apreté el botón, el botón del verdadero juicio final.
Pasé a través del detector de metales, mis músculos se tensaron como nunca antes, y un calor abrasante me envolvió al momento de entrar, pero nada sucedió, di un suspiro y continué mi caminata.
¡Alex! ¡Qué bueno es verte otra vez! – gritó Selena con una gran sonrisa en el rostro.
Selena, mi amor. – Corrí a darle un abrazo, y no la solté. Y no pensaba soltarla hasta el momento final. A los diez segundos de la cuenta final un “¡Bip!” debería sonar, y al parecer no faltaba mucho.
¿Qué fue ese sonido? ¿Es tu teléfono celular? - Dijo Selena mientras continuaba abrazándola.
La apreté con todas mis fuerzas, con toda la irá que acumulaba hace años, quería lastimarla, verla sufrir.
¡Alex! ¡Me lastimas! ¡Suéltame! ¡Por favor! ¡Aaaagh! – gritó ella desesperada al verme en esta actitud, que nunca había tomado frente a ella antes.
Susurré a su oído - ¿Sabes lo que una bomba puede hacer? – y me reí a carcajadas, luego, la apreté más aún, con todas mis fuerzas, de modo que pude sentir huesos crujir en sus delicados brazos.
¿¡De qué hablas, Alex!? – seguía exclamando tratando de zafarse de mis brazos, los brazos del destino.
Lo mismo que una silla eléctrica, matar. – susurre otra vez a su oído de forma pausada.
Fue entonces cuando el espectáculo mostró todo su esplendor con fuego, luces, grandes sonidos, gritos, llantos, vidrios rotos, sangre, pedazos de piel que se desprendían de su cuerpo, y del mío. Y me da gusto el día de hoy el solo recordar sus brazos desprendiéndose de su cuerpo mientras su cabeza se partía a pedazos, pues veía en ella a Marcos J. Manson, en cada expresión, en cada rasgo de su rostro.
Ella murió, y yo estoy postrado en una camilla del Hospital Cárdenas, sin piernas, el torso y el rostro con quemaduras graves y solo con el brazo derecho, el que me ha ayudado a escribir este relato.
Al parecer ahora Manson debe sentir lo mismo que yo siento, pero debe ser peor aún para él, pensar que todo esto fue por su culpa, por su poca vocación, por su poca empatía.
Creo que ahora puedo morir feliz, la justicia divina se ha hecho.
CUENTO POR SIMON LABARCA
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