martes, 13 de julio de 2010

Chaos

Las camillas nunca me gustaron, esos lugares no eran para mí, no aguantaba ver sangre, ni sentir el olor de hospital, ni ver a la gente sufriendo, siempre trataba de no enfermare para no ir a un hospital, de ser saludable para evitar quirófanos, quizás ese temor y repulsión fue lo que me hizo caer en una de ellas.

Eran las 10.30 de la noche y habíamos terminado de comer en Il Nono Antonino, un restaurant de la familia, mi esposa estaba al frente mío con una copa de champagne y nuestro hijo de 13 años estaba en la casa, habíamos contratado una niñera para que no tuviera problemas.

Pedí la cuenta, pagamos y nos estabamos parando del asiento cundo mi esposa se volvió a sentar, tomándose la cabeza con las manos, le pregunté que le sucedía y ella dijo que sólo era un mareo, esperamos unos segundos, se paró y nos dispusimos a salir del local, en medio del pasillo, mi esposa, se desmoronó completamente, cayó muy rápido y el golpe produjo un sonido que al oír, dolía. Gritaba, la gente se paró pero nadie se movió de sus puestos, el mesero llamó una ambulancia.

Mi esposa había muerto, un aneurisma cerebral desencadenó en un derrame que hizo constante el sonido del quirófano.

Mi hijo nunca me perdonó robarle a su madre, él pensaba que por mi culpa ÉL no la pudo ver más. Para mi mala suerte, ese día mi hijo quería ir con nosotros y no lo dejé, yo quería algo privado, con mi esposa no salíamos hace 13 años, desde el nacimiento de mi primogénito.

El desgarro de mi alma nunca sanó, y nunca sanará, quizás yo no quiero que sane, es lo único que me mantiene unido a una vida mortal, pero loca, mi esposa había muerto, mi hijo no me hablaba, el negocio familiar quebró, y ahora ese restaurant es un pub de mala clase, mis padres murieron pronto, mi condición mental no me dejó seguir trabajando, y me tuve que limitar a una pequeña pieza en un edificio capitalino. Decidí suicidarme, pero mi cobardía nunca me dejó... mi pistola yace en mi mano derecha... no sé si hoy seré capaz de terminar todo, o de vivir otros 20 años más.

... Miraba a mi padre, me daba pena su situación, él no sabía que había un mundo afuera, por lo menos yo sabía que el existía, aunque no supiera que yo estaba, aunque no supiera que el mundo aún existía, yo SÉ que él está aún aquí, sólo que me da pena verlo sólo, en una habitación blanca, aferrado a una pistola de juguete.

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