Abre la puerta, camina, se aleja de su oficina, avanza por el corredor y llega a la oficina del Presidente. Damián Valenzuela era la mano derecha del Presidente de la República, aunque no compartía la formación académica, ni los mismos intereses, ni siquiera compartía completamente su idiología, si compartía una historia en común que venía desde la infancia, desde su nacimiento. Damián y el Presidente vivieron en un conventillo en aquellos tiempos que la gente recuerda como los de la cuestión social, pero más que eso era el tiempo de la hambruna, las drogas, la calle, el libertinaje, la soledad y la pena. Sus padres llegaron a la capital siguiendo un sueño de cambio, eran un par de parejas jóvenes y soñadoras, bordeando los 25 años y recién casados, con todas las ganas de trabajar, de surgir, de cambiar el rumbo de su familia campestre, pero todo lo que encontraron fue la perdición de sus vidas y de sus cabezas. Cuando el Presidente, en ese tiempo un simple niño, y Damián cumplieron 5 años, sus padres se suicidaron en una especia de ritual demoníaco, dejando a sus hijos solos en un mundo cruel, en ese momento el Destino escribió que aquél niño amigo de Damián se convertiría en Presidente a como de lugar. Así fue, a como de lugar.
Ya eran las dos de la tarde y Damián estaba en su hora de almuerzo haciendo lo habitual, comiendo en el café del frente una hamburguesa plástica y unas papas fritas sin sal, pero sin quejarse, se había prometido no hacerlo, tener aquello después de vivir en la miseria era una bendición, todo gracias a su amigo. Damián sabía que le debía la vida y su futuro, por eso no cuestionaba las decisiones del Presidente.
Ya eran las 3.00, hora de volver al trabajo, Damián emprendió el viaje por el lado de la Plaza, protegiéndose de los rayos del Sol y persignándose al pasar al frente de la Catedral. Le gustaba que el edificio de Gobierno haya cambiado de lugar, la palidez del anterior le parecía de cementerio y le recordaba tiempos pasados de dureza y tristeza. Siempre en este momento se tomaba el tiempo de mirar al vacío y recordar su pasado, sus orígenes, mirar al cielo y ver el azul eterno al que no le importaba un pepino su sufrimiento, pero que era el único en el cual podía confiar, el cielo le daba la confianza de estar ahí siempre, era el único constante en su vida, el cielo y el Presidente. Pero ese día el cielo tuvo un movimiento fugaz, se tiñó de rojo, fue el escenario de un viaje monumental interrumpiendo la reflexión de Damián. Del alto de la Catedral un cuerpo cayó al vacío, con paz, sin gritos, con serenidad, golpeando con toda su fuerza el cemento y desparramando sus órganos en el piso. Damián no lo sabía, pero el cuerpo aquél estaba muerto mucho antes de caer, y era el signo de que la misma Muerte lo acompañaba durante toda su vida. El cuerpo y la explosión que sucedió dos horas después cambiaron su vida.
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